sábado, 15 de diciembre de 2012

TEXTO DE JUAN CARLOS DE SANCHO SOBRE MI SERIE "LOS BARRANCOS"

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ANDRES DELGADO
Isla Barranco

Juan Carlos de Sancho






Hemos perdido infinitud. El espacio  que mediaba entre la naturaleza  y el ser humano lo ocupó el Arte en otros siglos. Paisajes desolados, sublimes o cósmicos, con gente o sin gente realzaban las emociones contradictorias de los ciudadanos. Los pintores románticos mediaban entre las supuestas creaciones divinas y el hombre. Lo finito se transformaba en infinito gracias a la nueva  perspectiva del dibujo y la paleta de colores.  Aún no se conocían los viajes siderales pero había ganas de escalar la montaña metafísica. El romanticismo era una inflexión vitalista.

En estos tiempos sometidos y tristes hay mucha Naturaleza que permanece intacta. Los pueblos originarios encuentran en ella los mensajes incólumes de sus antepasados, la sabiduría que no cesa, la permanencia de lo eterno. Andrés Delgado es un pintor originario de una isla de grandes montañas y profundos barrancos. Esos lugares de su memoria han regresado para dibujar en el lienzo el barranco, una palabra intocable que suena a piedras que ruedan y chocan, ecos ilocalizables, alguna que otra pérdida, un excursionista que transita por el tiempo, la fugacidad. En la isla el barranco es una angostura por donde viaja el silbo aborigen y los seres imaginarios que viajan bajo tierra. En la cultura nativa canaria ese viaje al infinito era un círculo de la vida y la muerte, la mañana, la oscuridad y el eterno retorno. El barranco en V sabe de esos viajes relámpagos: abajo lo incierto y  mientras se abre la montaña alcanza la nube que se deshace.

Me gusta que los cuadros me inviten a estos viajes de elipsis y meteoros. Estoy cansado de ser un espectador realista y aburrido. Prefiero saltar dentro del cuadro y  darme el placer de disfrutar de una excursión cósmica, protegido entre grandes paredes volcánicas, en ese lugar donde los insectos y los seres invisibles enmarañan o confiscan un plan secreto e inalcanzable. Estamos en una época agotada de éxitos vaporosos y el barranco nos invita a disfrutar de esta renovable inutilidad.

Andrés Delgado pinta barrancos en Madrid, lleva la isla a su estudio , la pone en trípode, la desgaja, la abre en cauces, atraviesa la nube, la gira en hondonadas inciertas, desaloja al ser de su prisión de cemento y lo conduce al otro lugar que se merece, pongamos por nombre el infinito. Novalis nos aconsejaba romantizar el mundo, abrir la perspectiva hacia posicionamientos perdurables. Atravieso estos barrancos, los oscuros y verdosos laberintos  de Delgado que me conducen al blanco y al azul-añil: quiero el contraste y la pérdida, la emoción que me resta el mundo real. Necesito perderme, olvidar esta  época previsible  y  escaparme a otro tiempo donde lo esencial sea una simple uve donde flota un pintor visionario. Necesito descontrolar la escritura, embarrancarme con Delgado en un texto apócrifo, en sus barrancos delirantes.

Por el barranco transcurre la bruma y el misterio, vaga un tinerfeño romántico harto de predictibilidad. No me importa si existe esta palabra en el Diccionario Barranquero . La encontré desmantelada en un barranco de Andrés Delgado, en un hangar a la salida de Madrid en plena Crisis mundial, cuando los pobres se morían de asco y los ricos de náuseas bursátiles. En un barranco se puede encontrar cualquier cosa, la Literatura en estado de shock pongamos por caso, Garachico revelando volcanes, una papa negra con un chicharro azul, incluso un happening de lo setenta, la sala Conca en la Laguna ardiendo, hierbas de todos los colores, Andrés paseando con Juan Hernández y Manolo Millares  por el filo de una navaja disfrazados de bomberos , la navaja que corta el barranco y el barranco mismo que  abre el cuadro hacia el otro lugar que imaginó desde esta parte el Delgado que preparó en la cazuela un rabo de toro para convencer a Caspar Friederich  que expusiera en Tres en Suma . Cuando un pintor se atreve a pintar barrancos esta rajando el cuadro, abriendo surcos, despavoriendo al crítico. Hay un trasfondo submarino, de gruta aborigen, de pérdida incluso, de excursión con final incierto, de una barranquera con lluvias copiosas y subtropicales.

El isleño Andrés Delgado es un barranco, lo mires por donde lo mires él es un barranco. Abre su lienzo para que pasemos los guijarros, las acequias, las escorrentías, los elfos, los enanos , los duendes de la Gomera, los cernícalos de Lomo Magullo, los nubarrones malvas de Anaga, las montañas- elefante de la Pared en la isla de Fuerteventura, el pirata Drake, las burbujas volcánicas, la abismos pétreos de Unamuno, la tempestad petrificada, los cuervos de Poe, los pájaros de Hitchcock, los suicidas aborígenes del Bentayga , las cabras y sus baifitos, el baifito cuántico, el adulto que busca al niño en el fondo de su hondonada. Lo que da un barranco.



Venga usted a comprobarlo por si mismo y atrévase a entrar por arriba con la nube que une los abismos o por abajo, por el verde de la umbría , por la parte oscura si así lo desea. Siempre al otro lado se encontrará usted con una isla, con Andrés Delgado. ¿ No se ha dado cuenta cómo abre siempre la puerta de su casa en  La Latina?. La abre en V, la deja siempre entreabierta. Al fondo del pasillo la cocina es un barranco. El salón que da a la calle se habilita para el Arte y en la pared de la derecha hay libros hasta en el techo. Son las laderas literarias del barranco, confíe en lo que está viendo y no se llame a engaño. Es un pintor isleño, por tanto un barranco, siempre será un barranco: adivine usted si es de día  o de noche , si es un barranco continental o insular. Sospeche bien, el Arte es una pasión: hay quienes opinan que se han abierto pocos cauces para vaticinar este nuevo romanticismo.

Cada cierto tiempo doy un repaso a mis influencias, esos momentos memorables que marcaron el rumbo de mis sucesos internos. Siempre me gustó la expresión viva, el movimiento, la Naturaleza. Nada es antiguo ya que de lo contrario las pirámides de Egipto  serían una ruina y pese al Tiempo siguen ahí , donde siempre han estado, realzando la quimera. Andrés Delgado es un nuevo romántico. O siempre lo fue: un artista no puede evitar su fado. El pintor insular mantiene sus trazos , sus bajadas impetuosas con el pincel, los colores puros que suben y bajan poseídos  por un sentimiento metafísico e inaprensible, una lejana cercanía digamos, una cercana lejanía que reaparece. Un viaje de retorno a la isla, probablemente en el Madrid del extrarradio, bajo el humo chispeante de un principio de siglo empobrecido por tanta pereza y abandono. Un desarraigo y al mismo tiempo un cauce. Un barranco en la vaguada y  chispas que saltan del granito,  islas de luz en la Metrópolis.
Ya va siendo hora de la disolución del individuo en el todo cósmico, la recuperación del artista individualista, perdido allá en el fondo del barranco, el artista harto de estar harto que ya se cansó y volvió a su centro universal, novelesco, fuera de época, mandando al carajo a tanto testaferro atormentado. El artista insular se revela romántico, escala sus colores básicos, no necesita más que cuatro o cinco, un negro espectacular, un blanco, matices de verdes en fuga, verdes delgados, ocasos de azules, amaneceres en la cumbre, nubes que no son nubes y que también son islas flotantes. Y  Andrés situándose al otro lado del barranco, en el lugar del espectador, como un asistente más, disimulando lo que sabe, escondiendo la sabiduría, ocultando la dificultad de la ingenuidad.

Me gusta lo que hace Andrés Delgado porque no es presuntuoso, es casi oriental, ukiyo-e. Menos por menos es más, chicharrero para más señas: mantiene la isla en el fondo del barranco, la isla que aparece y desaparece. Insisto es un nuevo romántico. Nadie como él para invitar a la suma. Colores esenciales, negro de cuervo, detrás la otra isla, trazos, pliegues de color para acabar con el susto de la altura, rebelión contra la estupidez  barroca, donde se fragmenta la isla y se deja ver la otra. Curioso inicio de siglo y eso que los mayas avisan que esto se acaba en un par de días. Pero no se va a acabar nunca  porque Andrés Delgado no quiere cerrar la tela. Pase, atraviese el cuadro. Le estamos esperando al otro lado. Se ha arrugado el tiempo y lo comeremos con mojo picón. Atraviese los barrancos que necesite y siéntase invitado a la fiesta. No se olvide que es al otro lado y no busque más la salida. Ya está usted en el barranco.

                                    Islas Canarias, a unos kilómetros del Barranco del Cernícalo / Dic 2012   









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