ANDRES DELGADO
Isla Barranco
Isla Barranco
Juan Carlos de Sancho
Hemos perdido infinitud.
El espacio que mediaba entre la
naturaleza y el ser humano lo
ocupó el Arte en otros siglos. Paisajes desolados, sublimes o cósmicos, con
gente o sin gente realzaban las emociones contradictorias de los ciudadanos.
Los pintores románticos mediaban entre las supuestas creaciones divinas y el
hombre. Lo finito se transformaba en infinito gracias a la nueva perspectiva del dibujo y la paleta de
colores. Aún no se conocían los
viajes siderales pero había ganas de escalar la montaña metafísica. El
romanticismo era una inflexión vitalista.
En estos tiempos sometidos
y tristes hay mucha Naturaleza que permanece intacta. Los pueblos originarios
encuentran en ella los mensajes incólumes de sus antepasados, la sabiduría que no
cesa, la permanencia de lo eterno. Andrés Delgado es un pintor originario de
una isla de grandes montañas y profundos barrancos. Esos lugares de su memoria
han regresado para dibujar en el lienzo el barranco, una palabra intocable que
suena a piedras que ruedan y chocan, ecos ilocalizables, alguna que otra
pérdida, un excursionista que transita por el tiempo, la fugacidad. En la isla
el barranco es una angostura por donde viaja el silbo aborigen y los seres
imaginarios que viajan bajo tierra. En la cultura nativa canaria ese viaje al
infinito era un círculo de la vida y la muerte, la mañana, la oscuridad y el
eterno retorno. El barranco en V sabe de esos viajes relámpagos: abajo lo
incierto y mientras se abre la
montaña alcanza la nube que se deshace.
Me gusta que los cuadros
me inviten a estos viajes de elipsis y meteoros. Estoy cansado de ser un
espectador realista y aburrido. Prefiero saltar dentro del cuadro y darme el placer de disfrutar de una
excursión cósmica, protegido entre grandes paredes volcánicas, en ese lugar
donde los insectos y los seres invisibles enmarañan o confiscan un plan secreto
e inalcanzable. Estamos en una época agotada de éxitos vaporosos y el barranco
nos invita a disfrutar de esta renovable inutilidad.
Andrés Delgado pinta
barrancos en Madrid, lleva la isla a su estudio , la pone en trípode, la
desgaja, la abre en cauces, atraviesa la nube, la gira en hondonadas inciertas,
desaloja al ser de su prisión de cemento y lo conduce al otro lugar que se
merece, pongamos por nombre el infinito. Novalis nos aconsejaba romantizar el
mundo, abrir la perspectiva hacia posicionamientos perdurables. Atravieso estos
barrancos, los oscuros y verdosos laberintos de Delgado que me conducen al blanco y al azul-añil: quiero
el contraste y la pérdida, la emoción que me resta el mundo real. Necesito perderme,
olvidar esta época previsible y
escaparme a otro tiempo donde lo esencial sea una simple uve donde flota
un pintor visionario. Necesito descontrolar la escritura, embarrancarme con
Delgado en un texto apócrifo, en sus barrancos delirantes.
Por el barranco
transcurre la bruma y el misterio, vaga un tinerfeño romántico harto de
predictibilidad. No me importa si existe esta palabra en el Diccionario
Barranquero . La encontré desmantelada en un barranco de Andrés Delgado, en un
hangar a la salida de Madrid en plena Crisis mundial, cuando los pobres se
morían de asco y los ricos de náuseas bursátiles. En un barranco se puede
encontrar cualquier cosa, la Literatura en estado de shock pongamos por caso,
Garachico revelando volcanes, una papa negra con un chicharro azul, incluso un
happening de lo setenta, la sala Conca en la Laguna ardiendo, hierbas de todos
los colores, Andrés paseando con Juan Hernández y Manolo Millares por el filo de una navaja disfrazados de
bomberos , la navaja que corta el barranco y el barranco mismo que abre el cuadro hacia el otro lugar que
imaginó desde esta parte el Delgado que preparó en la cazuela un rabo de toro
para convencer a Caspar Friederich que expusiera en Tres en Suma . Cuando un pintor se atreve a
pintar barrancos esta rajando el cuadro, abriendo surcos, despavoriendo al
crítico. Hay un trasfondo submarino, de gruta aborigen, de pérdida incluso, de
excursión con final incierto, de una barranquera con lluvias copiosas y
subtropicales.
El isleño Andrés Delgado
es un barranco, lo mires por donde lo mires él es un barranco. Abre su lienzo
para que pasemos los guijarros, las acequias, las escorrentías, los elfos, los
enanos , los duendes de la Gomera, los cernícalos de Lomo Magullo, los
nubarrones malvas de Anaga, las montañas- elefante de la Pared en la isla de
Fuerteventura, el pirata Drake, las burbujas volcánicas, la abismos pétreos de
Unamuno, la tempestad petrificada, los cuervos de Poe, los pájaros de Hitchcock,
los suicidas aborígenes del Bentayga , las cabras y sus baifitos, el baifito
cuántico, el adulto que busca al niño en el fondo de su hondonada. Lo que da un
barranco.
Venga usted a comprobarlo
por si mismo y atrévase a entrar por arriba con la nube que une los abismos o
por abajo, por el verde de la umbría , por la parte oscura si así lo desea.
Siempre al otro lado se encontrará usted con una isla, con Andrés Delgado. ¿ No
se ha dado cuenta cómo abre siempre la puerta de su casa en La Latina?. La abre en V, la deja siempre
entreabierta. Al fondo del pasillo la cocina es un barranco. El salón que da a
la calle se habilita para el Arte y en la pared de la derecha hay libros hasta en
el techo. Son las laderas literarias del barranco, confíe en lo que está viendo
y no se llame a engaño. Es un pintor isleño, por tanto un barranco, siempre
será un barranco: adivine usted si es de día o de noche , si es un barranco continental o insular. Sospeche
bien, el Arte es una pasión: hay quienes opinan que se han abierto pocos cauces
para vaticinar este nuevo romanticismo.
Cada cierto tiempo doy un
repaso a mis influencias, esos momentos memorables que marcaron el rumbo de mis
sucesos internos. Siempre me gustó la expresión viva, el movimiento, la
Naturaleza. Nada es antiguo ya que de lo contrario las pirámides de Egipto serían una ruina y pese al Tiempo
siguen ahí , donde siempre han estado, realzando la quimera. Andrés Delgado es
un nuevo romántico. O siempre lo fue: un artista no puede evitar su fado. El
pintor insular mantiene sus trazos , sus bajadas impetuosas con el pincel, los
colores puros que suben y bajan poseídos por un sentimiento metafísico e inaprensible, una lejana
cercanía digamos, una cercana lejanía que reaparece. Un viaje de retorno a la
isla, probablemente en el Madrid del extrarradio, bajo el humo chispeante de un
principio de siglo empobrecido por tanta pereza y abandono. Un desarraigo y al
mismo tiempo un cauce. Un barranco en la vaguada y chispas que saltan del granito, islas de luz en la Metrópolis.
Ya va siendo hora de la disolución del individuo
en el todo cósmico, la recuperación del artista individualista, perdido allá en
el fondo del barranco, el artista harto de estar harto que ya se cansó y volvió
a su centro universal, novelesco, fuera de época, mandando al carajo a tanto
testaferro atormentado. El artista insular se revela romántico, escala sus
colores básicos, no necesita más que cuatro o cinco, un negro espectacular, un
blanco, matices de verdes en fuga, verdes delgados, ocasos de azules,
amaneceres en la cumbre, nubes que no son nubes y que también son islas
flotantes. Y Andrés situándose al
otro lado del barranco, en el lugar del espectador, como un asistente más,
disimulando lo que sabe, escondiendo la sabiduría, ocultando la dificultad de
la ingenuidad.
Me gusta lo que hace Andrés Delgado porque no es
presuntuoso, es casi oriental, ukiyo-e. Menos por menos es más, chicharrero
para más señas: mantiene la isla en el fondo del barranco, la isla que aparece
y desaparece. Insisto es un nuevo romántico. Nadie como él para invitar a la
suma. Colores esenciales, negro de cuervo, detrás la otra isla, trazos,
pliegues de color para acabar con el susto de la altura, rebelión contra la
estupidez barroca, donde se
fragmenta la isla y se deja ver la otra. Curioso inicio de siglo y eso que los
mayas avisan que esto se acaba en un par de días. Pero no se va a acabar
nunca porque Andrés Delgado no
quiere cerrar la tela. Pase, atraviese el cuadro. Le estamos esperando al otro
lado. Se ha arrugado el tiempo y lo comeremos con mojo picón. Atraviese los
barrancos que necesite y siéntase invitado a la fiesta. No se olvide que es al
otro lado y no busque más la salida. Ya está usted en el barranco.
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